miércoles, 4 de septiembre de 2013

Septiembre



Esta mañana al salir a la calle casi tropiezo con una señora. No me di cuenta al volver la esquina que alguien podía venir. Total que nos chocamos. Y la expresión de su cara fué aun más expresiva que su frase. Otro cabreado y con prisas. Su ceño fruncido era solo una arruga total de su cara.

La sorpresa mayúscula. Mi desazón total. Ni prisas, ni cabreado. Solo de paseo por la calle. Aun así le pedí las disculpas más solemnes. En todo caso los dos hubiéramos tenido culpa.

Me fijé en ese momento en la cara de todos los que pasean, o andan, o corren por la acera. Todos están cabreados. Todos con el ceño fruncido como la señora.

Ando dos pasos y me veo reflejado en el espejo de un escaparate. Yo también tengo la cara de enfadado.

Que nos pasa? A todos? Hasta los niños de las manos de sus madres o padres llevan la misma expresión.

Es septiembre. Han vuelto de las vacaciones. Han vuelto al trabajo. Han vuelto al cole. Han vuelto las aglomeraciones. Han vuelto las protestas. Han vuelto. Hemos vuelto a la rutina del frío. A la dureza del día a día. A la tensión de siempre.

Pero no sería mejor cambiar la cara por la alegría? Por la felicidad? Por la del optimismo? No va a dar lo mismo. Y es más positiva esta. No necesitan ni ellos ni yo caras de azogue, ni de angustia, ni de enfado. Para qué? No sacaremos nada bueno.


Podemos, en vez de no quiero