miércoles, 11 de diciembre de 2013

Singular


Hace mucho tiempo que ya dejé de ser yo. Aunque creo que muy pocas veces lo fui. Por mi niñez yo era el hijo de, o el nieto de.

Unos años y no demasiados, tuve consciencia de qué es lo que me estaba pasando. Buscaba mi singularidad, necesitaba encontrarme a mí mismo y demostrarlo. Quizá por ese espíritu de rebeldía de la juventud y de inconformismo que conlleva el cumplir años y entrar en esa dinámica de los recuerdos. Antes ni eres mayor, solo cumples años y te vuelves esponja de vivencias. Y ese día tomas conciencia que vuelves la vista atrás y revives lo ya vivido. Ese día si buscas tu independencia de los ancestros. Busca que te digan que tú eres tú. Y ni el hijo de. O el amigo de, o el primo de.

Pero casi sin darte cuenta, la vida te coloca demasiado rápido en su justo punto. Has tenido una década de ese yo soy yo. Y ahora empiezas a escuchar y de tus propios colegas de vida, los de tu quinta, los de tus propios años que te dicen tu eres el padre de, o tu eres el hermano de.

Vuelves al principio de la vida. Vuelves a querer buscar de nuevo tu unipersonalidad. Quieres ser de nuevo tú. Sientes que tu madurez ya está encima y que tu experiencia da una visión distinta a tu vida. En esos años de rápida veteranía y de crear algo por ti mismo, dejaste el ya reconocido yo también soy yo. Da una nueva visión a tu forma de ser tú. Miras en lo que has hecho. Y disfrutas de tu obra. Disfrutas que ahora te digan tu eres el padre de. O la madre de. Qué más da.

Te has reconocido a ti mismo. No has necesitado de otros para sentirte orgulloso. Por ti y por tu obra eres tú siempre 

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