lunes, 14 de abril de 2014

Enfermera


Suena el timbre a media noche.
-Sí, que necesita?
-Se acabó el gotero.
-Enseguida vamos.
Su jornada había empezado a las tres de la tarde y aun le quedaba toda la noche. El cansancio empezaba a surcar sus ojos, pero con su gran ánimo, se dirigió a la habitación y sin encender la luz, solo con el hilo que entraba por la puerta entreabierta, cambió ese gotero, una mirada de reojo al otro paciente le aseguró que todo estaba es su sitio. Ni si quiera se había despertado.
El descanso, el sueño curan más que los medicamentos. O por lo menos lo potencian. Y eso ella lo llevaba a rajatabla. Sería su inmensa vocación la que le hacía hacer las cosas con esa sonrisa natural, agradable, de confianza.
Hasta las 4 de la mañana no tuvo tiempo de pensar en ese café cortadito calentito que tanto necesitaba. Su mente voló rápidamente a la almohada de su niño de dos añitos. Estaría durmiendo plácidamente. Otro día más que se perdería de su juventud. Este trabajo casi precario, tenía muchas compensaciones, pero se pagaba un alto precio también. La niñez de su hijo no tiene precio. Pero ahora no podía seguir pensando.
Sonaban de nuevo los timbres, las cuñas, los goteros, los antibióticos, sacar la sangre para las analíticas. Y todo ello sola, para toda una planta del ala oeste del hospital. Las noches se reducía a la mitad el personal técnico. Y las manos volaban siempre.
Terminaba ya su jornada, casi despuntaban ya los primeros rayos del nuevo día, cuando un nuevo timbre sonó en el mostrador central.
-si?
-se le ha salido la vía.
-voy ahora mismo.
¿Esta señora tan mayor y se le ha salido la vía? Se iba preguntando mientras corría con el carro de curas al final del pasillo. Algo no cuadraba.
Abrió la puerta sin encender la luz. Ya no hacía falta. Rápidamente se hizo cargo de la situación. Se la había arrancado seguramente en algún movimiento al darse la vuelta. Rápidamente taponó la sangre. No era nada grave aunque si alarmante y aparatosa. La sangre es muy explosiva.
Le tomaría una nueva vía pero recordaba cuando le puso la primera. Sus venas finas como hilos de coser, escondidas bajo esa piel de una persona tan gruesa. Le llevaría su tiempo y eso podía retrasar su salida. Solo una décima de segundo y se dedicó en cuerpo y alma a colocarle la vía lo mejor que sabía. Mínimo dolor.
Su relevo había llegado y se prestó a terminar su trabajo. Una mirada entre ellas bastó para comprender que ayuda toda, peto sustitución no. Colocaron la vía no sin esfuerzo pero con su habilidad y delicadeza que la anciana aun agradeció el cariño que habían puesto.
Eran más de las ocho y media. Mientras se cambiaba, una lágrima de tristeza y alegría resbalaba por su mejilla. Luego decidiría con cuál de las dos se quedaría. Quería llegar a casa.


A Ana

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