lunes, 24 de noviembre de 2014

Las señoras de la calle




Diario de cafetería. Lunes primer café. Ricardo va y suelta de golpe -oye os acordáis de Carmen? Pues la vi el otro día con Arturo. Llegó a mi despacho y me dió dos besos y no me callé. Le pregunté si es que estaba ahora con Arturo por que el chico con el que estaba saliendo es Carlos, mi chófer. Me quedé alucinando porque ni afirmaba ni negaba.
- Pues creo, dice Inma, que ahora trabaja en Simano. Y esta liada con aquel que tenia tanto dinero.
-Pues con la edad que tiene juega a tener a uno con dinero y a otro para pasear.
- Pues Ana más todavía. Se presentó en la panadería con un vestido blanco casi transparente y yo con mi hija le veía hasta el tanga rojo. No es por cotillear, pero estas cosas nos dan vidilla.
Después de tanto tiempo donde las Señoras de La Calle, sabíamos obras y milagros de todo el barrio. Por nuestras tiendas, la corsetería de Carmen, el estanco de Luisa, el bar de Manoli, la lotera Juani, y mi exclusivo café se nos contaban todas las historias de medio mundo. Cuando no nos traían a un jefazo de la política, nos venían con un alto cargo de la jefatura de policía o una alta autoridad de la empresa nacional, algún artista de lis pata negra, un cantante de última generación de esos que se chupan hasta los huesos.
Y los fines de semana a pasar lista a todos y todas lis que desfilaban por nuestros negocios. Los viernes por la noche, todos salvo en vacaciones y fiestas de guardar, nos íbamos a cenar y a tomar una copa tan a gusto. Siempre caía algunos de los parroquianos más alegres, de esos que tienen buena conversación de mujeres y nos siguen las bromas y chistes. Ricardo de los habituales, era más mujer que hombre muchas veces y que no se malinterprete. Pero tenía ese punto femenino más agudizado que otros. El comadreo era nuestro desahogo semanal. Nos poníamos al corriente de todo lo que pasaba a nuestro alrededor. Que personaje nuevo llegaba, que macizo estaba por la ciudad, el cantante que se tomaba el aperitivo con alguna que no correspondía. Los que venían de estirados e intentaban ligarnos alguna de nosotras.
Total unas risas y un rato de asueto. Pero el tiempo, cruel a veces, nos hace dejar las buenas costumbres. Al principio, que si Carmen tiene pareja y ni podrá venir, que si el marido de Juani ya se mosquea, total un viernes ya no quedamos y al siguiente faltan dos y luego un mes sin vernos todas. Y luego pasa un año. Y al final forzamos una cena para navidad. Pero nuestras cara son el espejo de la de enfrente. Y se me nota en su cara como ando ya. Las risas crean unas extrañas raya alrededor de los ojos y no me lo explico.
Y ahora nos conformamos con que un buen cliente de siempre nos altere la monotonía con algún chisme con fundamento. Aunque sólo sea por lis buenos recuerdos.

Los años no pasan igual para algunas. 

2 comentarios:

  1. Efectivamente, querido amigo, no podemos hacer nada contra la inexorabilidad del paso del tiempo pero, aunque dejemos de mirarnos a los espejos, no debemos dejar de mirar a los ojos a los amigos de siempre, los verdaderos, y ahí está el peligro, el enfrentarnos a la cruda realidad... Un fuerte abrazo.

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    1. A los amigos, que siempre son pocos, nunca se deja de mirar a lis ojos. Un abrazo Patxi

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