No son extrañas las combinaciones que, a veces,
escuchamos en nuestra vida cotidiana como un bocadillo de fideos, o un trozo de
pan con Nocilla y chorizo de Cantimpalo, o unas ricas hamburguesas con crema de
menta. . Había, en la ETB, un programa de cocina con el afamado cocinero David
de Jorge, en el que los telespectadores mandaban combinaciones de sabores y
texturas, algunas abominables, y que él preparaba, probaba y decidía como
resultaban.
Yo tengo, en mi propia familia, una combinación realmente
explosiva.
Os voy a contar la historia.
A mí querido abuelo Aníbal, y no por ello más que mi otro
abuelo Ciriaco, le encantaban los huevos fritos bañados en vinagre. Sí, habéis
entendido muy bien. Podía comerse un par de huevos fritos, con esa yema
amarillita, líquida, con esa película blanca, casi transparente de la clara por
encima, y que en todo su alrededor deja su puntilla doradita y crujiente. Con ese
trocito de pan rompiendo la yema y chorreando por los lados hasta que tu lengua
lo recibe con ansia; y te moja la comisura de tu boca. Digo que, qué me voy por
las ramas describiendo el huevo y me entran unas ganas de ir a la cocina que ni
os cuento; decía que se los podía comer en un plato hondo y de caldo el
vinagre. Vamos que nadaban tranquilamente.
Esta historia totalmente cierta viene a cuento a que,
siendo un recuerdo muy fijo en mi memoria, nunca lo conté como tal a mis
generaciones descendentes, sí con mi padre sobre todo. Era un personaje mi
abuelo, desde luego. Podría contar muchas anécdotas pero serán otro día.
Pero hoy sí quiero contaros una gran curiosidad, siendo
el verdadero fin de todo lo contado anteriormente.
Siendo mi hijo muy chiquillo, vamos que no pasaría de los
4 ó 5 años. Un día, sentados a la mesa, su madre había preparado unos huevos
fritos, mi comida preferida, y siempre dos, a él le puso uno, al igual que a
sus hermanas. Empezamos los cuatro a comer pero él no empezaba como esperando
algo. Le pregunté si es que no quería, o no le gustaba, era la primera vez para
ellos que los iban a comer. Sin más me dice que sí, que le gustan, sorpresa
para mí. ¿Cómo me dice que le gustan si es la primera vez? Pero más sorpresa es
cuando va y suelta: “papa me encantan los huevos fritos pero mamá aún no ha
traído el vinagre”. La mirada a su madre fue de órdago. Ella no sabía nada de
la famosa combinación de mi abuelo. Y menos mi hijo que era imposible que la
hubiera escuchado. Traje el vinagre y vi en sus ojos la misma satisfacción que
la que veía en los de mi abuelo.
En los genes llevamos marcados muchas más cosas que el
color de los ojos, que por cierto, son exactos a los de su bisabuelo.